—Emilio, cuando hayas terminado las paredes exteriores, ¿podrías construir una cajita al costado para los libros?
—¿Qué quieres decir con una caja para libros fuera de la casa?— Me preguntó con una mueca de sarcasmo.
Durante los últimos dos años, había trabajado cada día renovando el pequeño castillo en ruinas que yo había comprado. Estaba a punto de jubilarse y, hasta el momento, nunca había trabajado con una californiana y sus inusuales peticiones. A estas alturas ya estaba más familiarizado con las peculiaridades, pero yo sabía que él nunca las aceptarían.
—¿Para qué necesitas una caja? —continuó.
—Quiero una biblioteca de intercambio de libros gratuitos. La gente puede tomar lo que quiera y dejar lo que haya terminado.
—Tendremos que cerrarlo con llave para cuando no estés. —me advirtió.
—No, siempre estará abierto y será bienvenido para todos, sin importar el día ni la hora.
—Darcie, —dijo, acudiéndose levemente la cabeza— pero esto es España, los libros los robarán.
—Ya veremos —respondí con un optimismo obstinado.
Emilio nunca llegó a construir la caja de libros, pero la idea me perseguía. Me encantaron esas bibliotecas gratuitas que había visto en California, Francia e Italia. Son cajas pequeñas, normalmente colocadas sobre un poste y protegidas de las inclemencias del tiempo. La gente dejaba libros y llevaba otros. Todo gratis.
Soñé con tener uno en mi academia; fomenta la lectura, las culturas, la educación, el crecimiento, la buena voluntad… En fin, las cosas que me dan alegría.
Como no recibía mucho apoyo de Emilio, encontré el lugar perfecto: ¡Dentro de la caja de la ventana! Allí los libros estaban protegidos, fácil de acceder y sencillos de mantener. Y, el cristal de la ventana era reflectante, por lo que podía observar a las personas mientras exploraban la colección sin que se dieran cuenta.
Una vecina que tenía 10 años me preguntó: —¿Por qué haces esto? ¿Qué quiere decir esto?
—Para compartir libros e ideas —le respondí.
Y creo que hablaba por una mayoría silenciosa cuando dijo: —¡Nunca antes había visto algo así! ¿Cualquiera puede llevar libros?
—Sí, y cualquiera también puede dejarlos. ¿Por qué no pones algunos libros que ya no lees?
Y ella lo hizo. Luego, una familia francesa dejó una bolsa llena de libros en francés y otros dejaron libros en español. Añadí libros en inglés. La gente va hojeando los libros, toma algunos e intercambia otros. ¡Estaba funcionando!
Otra vecina exclamó: —¡¡Darcie, estás cambiando España!!
Claro, me alegró oír tal exageración, pero lo importante es haber tenido fe en los españoles! Emilio, ya retirado, sigue negando con la cabeza sonriendo.
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