Empezó con una promesa. Pero yo no sabía eso entonces. No sabía que renunciaría a mi puesto de profesor por esta promesa. Tampoco sabía que por esta promesa agonizaría entre mis “responsabilidades terrenales” y alguna “búsqueda espiritual”. Solo sabía que algo me estaba empujando fuera de mi mundo mundano. La búsqueda espiritual eventualmente ganó, dejando las “responsabilidades terrenales” frunciéndome el ceño. Resultó que la búsqueda era recorrer El Camino de Santiago, La Vía de la Plata, también llamada El Camino Mozárabe desde Sevilla a Santiago de Compostela, España.
Muchos han oído hablar de El Camino Francés; una antigua peregrinación por la cumbre de España. Finaliza en la ciudad de Santiago de Compostela donde descansa en la Catedral Santiago, discípulo cercano de Jesús. Lo que mucha gente no sabe (al menos los norteamericanos) es que existen muchas otras rutas jacobeas por España y Europa hasta Santiago de Compostela. El que elegí, dicen, es el más antiguo y el más largo: 600 millas. Comienza en la parte sur de España y termina en su esquina norte. Esta Vía de la Plata se remonta a la época prerromana y ha sido siempre una importante vía de comercio, comunicación y conquista a lo largo del país. También se llama el Camino Mozárabe porque los musulmanes permitieron a los católicos el paso pacífico a través de la mitad inferior de España controlada por los moros.
Cuando miré la ruta de la Vía de la Plata en el mapa de España, pensé en mi propia Sierra Alta Oriental y en la 395 que corre a lo largo de California a través de nuestras comunidades de Bishop y Mammoth Lakes. Si la U.S. Highway 395 fuera la Vía de la Plata californiana, entonces en lugar de la mezcla de culturas romanas, moras, callaici, astures y vacceos viajando arriba y abajo, nuestra mezcla incluiría nativos americanos, latinos, ganaderos, pescadores, esquiadores, escaladores, científicos, excursionistas, gente de negocios y de servicios. ¿Podría aplicarse la misma promesa a nuestra parte del mundo en los tiempos modernos? Creo que vale la pena intentarlo; de hecho, creo que es posiblemente la única manera de que todas nuestras culturas en nuestro hermoso planeta tierra avancen.
¿Por qué elegí empezar en Sevilla, te preguntarás, cuando todas las películas y libros sobre El Camino hablaban de la ruta del Norte? Pues quizás no hayas visto La Giralda, una torre mozárabe que forma parte de la Catedral de Sevilla. O tal vez porque nunca has comido tapas en los muchos cafés bajo el azul profundo y rico del cielo mediterráneo mientras escuchas los sonidos de la música flamenca apasionada. O tal vez porque la primavera de finales de marzo reverdecía y la Vía de la Plata aún por descubrir me susurraba; llamándome a la encrucijada de la historia antigua y las culturas convergentes. No sabía que en este camino tropezaría con la columna sobre la cual estaba escrita la promesa. De lo que sí estaba seguro, sin embargo, era de que quería que mi primer sello en mi credencial de peregrino fuera de la magnífica Giralda.
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