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De Chicago al Vaticano

¡La fumata es blanca! El mundo tiene un nuevo papa.

¡La fumata es blanca! El mundo tiene un nuevo papa. 	Siendo de California, el catolicismo es solo una de muchas religiones entretejidas en nuestro tejido cultural. Estados Unidos se fundó sobre el principio de la separación entre Iglesia y Estado. Pero eso no significa que no lloremos la pérdida del Papa Francisco o que no celebremos el legado de su predecesor. 	Como el resto del mundo, esperé, preguntándome qué camino tomaría la Iglesia: uno arraigado en la tradición clásica, o uno que avanzara hacia la inclusión, la transparencia y la compasión.
El nuevo Papa: Papa León XIV

Siendo de California, el catolicismo es solo una de muchas religiones entretejidas en nuestro tejido cultural. Estados Unidos se fundó sobre el principio de la separación entre Iglesia y Estado. Pero eso no significa que no lloremos la pérdida del Papa Francisco o que no celebremos el legado de su predecesor.

Como el resto del mundo, esperé, preguntándome qué camino tomaría la Iglesia: uno arraigado en la tradición clásica, o uno que avanzara hacia la inclusión, la transparencia y la compasión.

Mi primera sorpresa fue que la espera no fue larga. El cardenal Robert Prevost apareció y tomó el nombre de Papa León XIV. ¿Mi segunda sorpresa? ¡Era compatriota! No es que pensara que no pudiera ocurrir, simplemente la posibilidad nunca se me había pasado por la cabeza.

Y entonces llegó el impacto. La realidad me golpeó al sintonizar una de sus primeras apariciones públicas. Estamos acostumbrados a que los papas hablen en latín, italiano, español… idiomas que parecen tan parte del rol papal como las vestiduras y la mitra. Pero entonces ocurrió lo inesperado: el Papa León se dirigió a la multitud con un marcado acento estadounidense.

Por supuesto que sabía que era americano, pero escuchar inglés—con ese tono tan claramente estadounidense—en medio de la solemnidad vaticana me desconcertó. Fue como oír hablar a la Estatua de la Libertad—no con un silencio solemne y pétreo, sino con la voz cálida y cercana de alguien que pide un café en una cafetería de barrio. Surrealista… pero curiosamente reconfortante.

Luego llegó otra sorpresa: su homilía completa se pronunció más tarde en un español fluido. ¿Cómo? ¿Un chicaguense hablando español? ¿Un californiano? Vale, eso se espera. Pero ¿del Medio Oeste? En ese momento supe que teníamos un papa único y moderno. Un líder multilingüe y multicultural de un país que, curiosamente, no suele destacarse por ninguna de esas dos cualidades.

A medida que me acostumbraba a estas sorpresas, su verdadero papel papal comenzó a tomar forma. Habló en nombre de los pobres, abogó por la unidad y la paz, y por tender puentes dentro de la Iglesia y con el resto del mundo. Apoyó el uso de la inteligencia artificial y de la tecnología que fomente la dignidad humana y la creatividad, en lugar de la manipulación o la pérdida de libertades personales.

Y entonces ocurrió un momento que no olvidaré: En un gesto simbólico, se quitó por un instante el anillo papal y besó la mochila desgastada de un niño, regalo de una familia refugiada presente. Fue un acto silencioso, no ensayado, y profundamente conmovedor.

Para mí, fue un mensaje: Este papa puede hablar muchas lenguas y venir de tierras inesperadas—pero, lo más importante, es que sabe escuchar. Ahora lo entiendo: tradición y transformación no tienen por qué enfrentarse. Pueden estrecharse la mano.

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