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Queridos hispanohablantes: el inglés os va a traicionar

Tengo un secreto… La ortografía no les sale de manera natural ni siquiera a los hablantes nativos de inglés.

Tengo un secreto… La ortografía no les sale de manera natural ni siquiera a los hablantes nativos de inglés.
De hecho, divido el mundo en dos grupos: los que pueden deletrear y los que luchan con ello. Hay personas que escriben “definitely” con total seguridad… y luego estamos los demás: los que lo buscamos en Google cada vez o esperamos a que el corrector nos salve.
	No me encanta admitirlo, sobre todo porque no solo soy profesora de inglés, sino también directora de una academia. Aun así, siendo sincera… pertenezco firmemente al segundo grupo. Y ahora que ya he confesado mis pecados ortográficos, déjame explicarme.
¡Aprendiendo a escriber en inglés!

De hecho, divido el mundo en dos grupos: los que pueden deletrear y los que luchan con ello. Hay personas que escriben “definitely” con total seguridad… y luego estamos los demás: los que lo buscamos en Google cada vez o esperamos a que el corrector nos salve.

No me encanta admitirlo, sobre todo porque no solo soy profesora de inglés, sino también directora de una academia. Aun así, siendo sincera… pertenezco firmemente al segundo grupo. Y ahora que ya he confesado mis pecados ortográficos, déjame explicarme.

En Estados Unidos, la educación formal comienza a los cinco años. Por supuesto, aprendemos el alfabeto, junto con los sonidos de cada letra y de los grupos de letras más comunes. Por ejemplo, nuestras pequeñas mentes curiosas practicaban la letra “A”, que podía tener cinco sonidos distintos… y uno de ellos era mudo. Asentábamos la cabeza siguiendo el ritmo de la canción del abecedario, intentando no perdernos. Lo mismo ocurría con todas las vocales (la mayoría tiene al menos cinco sonidos), y luego pasábamos a las consonantes y a los combos como sh, ch y tion.

A los seis años empezábamos con los exámenes semanales de ortografía. Cada lunes recibíamos una lista de 20 palabras, y el gran final llegaba el viernes: un dictado de la profesora. Y claro, a mí me encantaba escribir, saltar, girar, leer, explorar, pensar y hacer tartas de barro. Pero ¿ortografía? La ortografía era sencillamente ridícula. Pura memorización sin sentido.

Por ejemplo: eight, el número, y ate, el verbo en pasado. ¡Se escriben de manera completamente diferente y se pronuncian exactamente igual! Mi madre decía: “Suénalas”.

¿Quéeee? gritaba yo (por dentro). Tendría seis años, pero no era tonta. Si las “sonabas”, ninguna decía “eit”.

Así que mis fines de semana los pasaba escribiendo eight veinte veces y ate otras veinte. Eso dejaba menos tiempo para construir el fuerte secreto donde mis amigos y yo estábamos creando un idioma propio para nuestro Reino del Dragón. Cada vez me frustraba más con aquella imposición ortográfica.

Luego llegó la clase de español. Y de repente… ¡las normas tenían sentido!

Las letras tenían un sonido, no cinco. Las palabras se escribían exactamente como sonaban. Sin letras ocultas, sin k muda, sin gh disfrazado de f. ¡Milagro! La ortografía se sentía como un apretón de manos amable: clara, coherente, de fiar.

Así que esto es lo que los hispanohablantes deben entender: el inglés no es un idioma de fiar — no como vuestro español, tan familiar y obediente con las reglas. El inglés te traiciona. Y sí, puede que paséis por una fase de resentimiento, igual que yo. Pero al menos, en este mundo moderno, tenéis correctores ortográficos. Yo, desde luego, no los tenía.



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